Nota de prensa en La Jornada
RUTA SONORA
Patricia Peñaloza
The Cure
TRAS DIVERSAS REENCARNACIONES, altibajos musicales, así como innumerables cambios de alineación en su banda, la melancolía, el enojo, la sensibilidad hacia el entorno, el jugueteo con los sonidos simples y la creación de un mundo imaginario propio, siguen siendo los síntomas incurables de Robert Smith (Inglaterra, 1959). The Cure sigue siendo su cura incurable.
INCURABLE ES TAMBIEN para los seguidores mexicanos su fanatismo exacerbado, que acaso y se entienda por la naturaleza trágica de vivir en esta patria, azotada y clavada como la música de Smith. Es esa lealtad casi religiosa la que tal vez hará de los conciertos de los días 4, 5 y 6 en el Palacio de los Deportes un derroche de complacencia (las crónicas internacionales apuntan que sus recientes shows están de pereza), o quizá tres noches placenteras: con este combo inglés, todo es incierto.
¿MAS QUE HABRIA sido de The Cure en 25 años, sin la incertidumbre como detonador emocional y musical, o como mercadotecnia (hace 15 años nos trae con la aburridora: "ahora sí es el último disco")?
EL UNIVERSO MUSICAL de La Cura, construido dentro de una burbuja atemporal de ánimos cambiantes y extremos, puede o no gustar del todo, mas es innegable que posee una personalidad harto distintiva. Su estilo "sin género" de suaves guitarras new-wave y oscuros teclados, es único, en mucho gracias a la voz chillona y expresiva de Robert Smith, líder de un grupo que, lejos de formar un combo cohesionado, es un colectivo móvil al servicio de este cuasi-solista. Aun así, el cosmos de este greñudo es tan sólido y claro como para ser considerado uno de los más emblemáticos e influyentes de la historia del rock-pop.
AUNQUE NO TODO ha sido miel. Su etapa primigenia y pura, de romanticismo post-punk, les hizo encabezar entre otros al movimiento gótico, con Three Imaginary Boys (1979), el gran Boys Don't Cry (1980), para coronarse con el introspectivo Pornography (1982). Fue en The Top (1984) que Smith asentó su característica voz felina. Se acercaría su etapa más sólida (gracias en parte a una alineación constante), en que lo dark fue sustituido por un ánimo más pop, con los preludios The Head On The Door (1985) y Standing On A Beach (1986), un disco de hits. El estallido vino con Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me (1987) y su obra cumbre, Disintegration (1989), cuyo título fortaleció el rumor de su "desintegración". Smith lo habrá dicho "de chía", pero se echó la maldición, pues desde entonces, entre uno que otro sencillo despuntador, The Cure fue en descenso en calidad y credibilidad. Hasta la apariencia de Smith (boca mal pintada, pelo hirsuto y ojo delineado), a la par de sus paisajes "fantasti-melancoliquitos-a-güevo" empezaron a hacerlo ver como una caricatura de sí mismo. Wish (1992) y Wild Mood Swings (1996) decepcionaron, hasta que la inspiración volvió. En Bloodflowers (2000) se oye una Cura sofisticada, bien producida, pero la mala racha previa afectó en su aceptación; algo parecido pasa con The Cure (2004): pocos quieren oírlo, salvo los fans empedernidos. Mas ocurre que, sorpresa, es un buen disco.
AUNQUE HACE DESCONFIAR que el productor sea Ross Robinson (Korn y Slipknot), esa fue la clave: no más tecladitos del baúl ochentero, inusual voz gritadísima, guitarras extrapoladas como pocas veces (sin llegar al nu-metal) sobre los rasgueos clásicos del grupo. Y aunque hay coqueteos luminosos (el sencillo The End Of The World, Before Three o la mega-new-wave Taking Off), los ambientes sonoros son rasposos, crudos, así como sus recovecos emocionales. Pudiendo haber hecho un disco retro-ochentero para hacer la comparsa a la ola de grupos fusiles que les endilgan influencia (The Rapture, Hot Hot Heat, Interpol...), siguieron su camino con dignidad.
TAMPOCO SE OYE un disco muy planeado, sino sincero y directo, espontáneo. Smith dice a la revista Les Inrockuptibles: "Siempre sonamos mejor en un cuartucho que en un disco, así que decidimos grabar todos en vivo, no por pistas. Me propuse grabar el álbum más áspero de mi carrera: estábamos creando algo más tenebroso que Pornography". El resultado es un disco vivo, intenso, como si la fe regresara. Letras y títulos ubican de nuevo al incurable de sentir que "no pertenece", que "no se encuentra", que "está perdido", que "no va a ningún lado". ¿Hasta dónde es genuina esa desubicación adolescente? Prosigue: "El enojo sigue siendo un motor; me impulsa a permanecer activo. El mundo está peor que en los años 70; el clima es más denso. Vivimos con un miedo permanente, insidioso. Me niego a formar parte de ese engranaje (lo grita en el tema Us or them). El miedo es el arma de la manipulación masiva, algo perverso e insano... Ahora, mi vida no es tan intensa como lo que canto: un disco te proyecta hacia una hiperrealidad desmedida, como si te elevara a una dimensión paralela, deseable. Y aunque no parezca, mi vida es simple y armoniosa (risas), me siento bien conmigo; mi problema es que cuando me enfrento al mundo mi mirada se nubla, me invade una gran confusión. Es difícil preservar la pureza cuando el mundo no es más que una interminable fuente de decepciones. El arte no logra cambiar nada, pero me permite ver el mundo desde un ángulo siempre nuevo".
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